Camilo Torres: Los caminos del amor revolucionario

Camilo Torres saltó a la fama mundial con el mote de “el cura guerrillero”. Sin embargo su opción por las armas no fue una decisión antojadiza, sino la culminación de una vida en búsqueda de la justicia social. 

Nota hecha para Sudestada en Junio2011


El combatiente es anónimo, sabe que se ha unido a esta causa porque es la única forma de resolver los problemas estructurales que marcan la injusticia de su pueblo.
Lo ha intentado todo, lo ha meditado arduamente, en el fondo jamás pensó que ese día llegase realmente: las armas, la selva, el duro entrenamiento militar, la violencia, la soledad, la realidad de otro al que no se puede acceder por la vía del diálogo.
Lleva un mes y medio aprendiendo a convivir con esa situación, sabe que para combatir necesita un fúsil. Lleva tres días emboscado esperando. Le han dicho que la única forma de conseguir el fúsil es robárselo al enemigo.
La impaciencia le pica más que los mosquitos.
Suenan los disparos, retumba la selva, se aceleran las imágenes, apunta su revólver y dispara siete veces. Silencio. A pocos pasos delante de él, en medio del barro, al lado del enemigo muerto, yace su fúsil.

Camilo Torres Restrepo nació en cuna de oro. Descendiente por cuatro ramas de familias tradicionales de Colombia, sus primeros años de vida transcurren entre las lujosas recepciones del Hotel Ritz (regenteado por su madre, Isabel Restrepo Gaviria) y los salones europeos (siguiendo la carrera diplomática de su padre, Calixto Torres Umaña). Forma parte de la joven oligarquía bogotana que, a caballo del boom económico de los Estados Unidos, las compensaciones a Colombia por la anexión de Panamá y el desembarco de las nacientes empresas multinacionales en los negocios del oro, el petróleo y las plantaciones de bananos, vive una época que los historiadores bautizarán como la “Danza de los Millones”.
Claro, bien lo sabemos, el baile de salón no es para todos. La explotación laboral y la desigualdad social provocan una huelga general que el ejército colombiano, por orden de la United Fruits Company, reprime disparando sobre las familias de miles de trabajadores en la llamada Masacre de las Bananeras (1928).
A punto de encaminarse a presidente, tras la insistente denuncia en el congreso de esta y otras atroces injusticias, un par de décadas más adelante, el abogado y líder político liberal Jorge Leicer Gaitán es brutalmente asesinado (1948).
Los colombianos salen a las calles en un feroz estallido popular conocido como “el Bogotazo”. Se inaugura una época que los historiadores bautizarán como “La Violencia”.

Recluido en el Seminario Conciliar de Bogotá, pocas serán las informaciones que de estos hechos llegarán a oídos de un adolescente Camilo. La decisión de dejar la carrera de derecho y meterse a cura ha desatado un escándalo entre padres y amigos. Sin embargo el joven dice haber encontrado su vocación. Sus días transcurren entre sotanas, desolados pasillos, púlpitos con hombres de rodillas y rígidos estudios en teología, filosofía, economía y otras ciencias sociales.
“Era la tarde del 9 de abril, como rugidos del infierno repercutieron en los oídos de los creyentes las más horrendas blasfemias contra Dios, vomitadas por bocas impías en todo el suelo de la patria”(1), dice la pastoral del obispo Miguel Ángel Builes en alusión al Bogotazo. El vocero de la Iglesia en temas políticos ya ha definido al Partido Liberal como “un verdadero sanedrín judío contra Cristo” y prevenido a los creyentes sobre “el espíritu verdaderamente diabólico del liberal-comunismo y sus secuaces”.
La institución católica será una de las más fervientes herramientas del régimen que bajo la presidencia de Laureano Gómez dejará durante la década del 50 un millonario tendal de muertos y desplazados en Colombia. La esmeralda más grande del mundo será el regalo con el que el líder conservador convencerá al papa Pio XII de nombrar al frente del arzobispado de Bogotá a un hombre de su confianza.
Camilo Torres estudia y reflexiona, y una tarde después del almuerzo, curioso por aquellos entrometidos ranchos que solitarios y endebles hacen equilibrio al filo de la montaña que encierra el seminario, decide arremangarse la sotana y trepar la cuesta rumbo a una realidad desconocida. En aquellas miserables chozas de picapedreros y desplazados por La Violencia, el joven seminarista finalmente entrará en contacto con aquello que los libros llaman “la pobreza”.

“-Por lo que usted acaba de afirmar, puedo deducir que los dos estamos de acuerdo en que la revolución es necesaria. Diferimos únicamente en la forma como se ha de realizar esa etapa histórica. Ahora bien, le pregunto: ¿en cuanto tiempo piensan ustedes realizar la “revolución” sin que ello implique un derramamiento de sangre?...
-¿Esa pregunta me la hace usted como cristiano, o como dirigente político?...Si es como lo primero, le digo que en cuanto tal, más siendo sacerdote, eso no me incumbe sino en sentido negativo. Si ese derramamiento de sangre implica odio de cualquier clase que sea, nunca lo podremos realizar. Si es como dirigente político, creo que no lo soy ni lo debo ser y por lo tanto no puedo responderle. Sin embargo yo creo que un dirigente político cristiano, no puede rehuir esa respuesta. Con todo, no la podría contestar sino teniendo en cuenta circunstancias históricas muy determinadas”(2).
Rafael Maldonado Piedrahita y Camilo Torres se conocieron en la casa de Isabel Restrepo Gaviria. “Te presento a mi ateo de cabecera”, le dijo Isabel a su hijo.
Al principio el joven escritor se mofó de aquel curita colombiano de vacaciones de sus estudios en el exterior. Pero con el correr de las respuestas, la sorpresa fue in crescendo. Aquel muchacho de sotana admitía que Colombia era un país dominado por el afán capitalista de los Estados Unidos y que la Iglesia debía dejar de lado muchas de sus rígidas estructuras y formalismos para enfrentar la realidad social que vivía el país. Admitía que el catolicismo debía agradecerle esta nueva inquietud al Manifiesto Socialista de Carl Marx.
Tras consagrarse como sacerdote, Camilo Torres había decidido estudiar sociología en la Universidad de Lovaina (Bélgica). Aquel era un fortín de la Democracia Cristiana y sede de la Confederación Internacional de Sindicatos Cristianos, surgida tras las luchas del movimiento obrero belga. Allí estudiaban muchos jóvenes latinoamericanos de decidida vocación social, se dictaban teorías marxistas y se fomentaba a los curas a dejar sus lujosas costumbres y convivir mano a mano con el pueblo. Bajo estas influencias, Camilo decide vender su auto y pasar las vacaciones trabajando con los mineros de Marchin o los sin techo de Paris en los equipos del famoso Abate Pierre. Funda el Equipo Colombiano de Investigación Socioeconómica y es nombrado vicerrector del Colegio Latinoamericano, un instituto donde se preparaban sacerdotes europeos para misiones en América Latina. Su actividad es intensa, viajando por todo el viejo continente, conviviendo con refugiados del Frente Nacional de Liberación de Argelia o consejeros obreros del comunismo independiente de Belgrado. Su activismo es frenético y no cesa en su visita a Bogotá (Junio de 1956). Su carisma y palabras causan sensación por donde valla y su figura comienza propagarse por diferentes círculos. A tal fin colabora el libro “Conversaciones con un cura colombiano”, que Maldonado publica al año siguiente de aquellos encuentros.

En marzo de 1959, recién vuelto de Europa, tras unos meses de estudios en la Facultad de Sociología de la Universidad de Minessota, Camilo es designado capellán de la Universidad Nacional de Bogota. La reciente revolución cubana ha causado conmoción entre los estudiantes y el despacho de aquel simpático curita con ideas socialistas pronto se transforma en un lugar de encuentro.
Camilo comienza a dar clases en el Departamento de Sociología de la Universidad de Ciencias Económicas y luego, junto con Orlando Fals Borda, funda la Facultad de Sociología. También, con la misión de acercar a los estudiantes la realidad social colombiana, crea el Movimiento Universitario de Promoción Comunal, realizando investigaciones, cursos de formación y programas de acción comunitaria en las zonas periféricas de Bogotá. Ingresa a la Escuela Superior de Administración Pública (ESAP) y el Comité Técnico del Instituto Colombiano de Reforma Agraria (INCORA). En todas y cada una de sus numerosas actividades chocará con la lentitud y el desinterés de la burocracia estatal, amen del prejuicio conservador de su Iglesia. En cambio, en su afán de soluciones para las problemáticas sociales colombianas, comenzará a trabar amistad con estudiantes y líderes sociales ligados al comunismo.
Cuando una de sus alumnas, María Arango, militante de la Juventud Comunista, lo invita a un congreso organizado por el partido en Moscú, Camilo le contesta con cierta ironía: “Gracias, pero el día que yo me meta en política, cuelgo la sotana y agarro el fusil”.
Un par de años después, una manifestación de estudiantes apedrea las instalaciones del diario El Tiempo y el Palacio Arzobispal. Tras los incidentes, el rector de la Universidad decide expulsar sin investigación previa a diez alumnos (entre ellos María Arango). Camilo interviene a favor de ellos y pocos días después, ante su pedido, celebra una misa en honor a los universitarios caídos por la represión estatal. “Aunque algunos estudiantes sacrificados no hubieran sido católicos, si habían vivido y habían muerto de buena fe en sus creencias, podrían haberse salvado”(3), opina el capellán en su sermón. El diario El Tiempo aprovecha para publicar que el cura Torres ha dicho que “los comunistas van al cielo”.
Su figura es hace rato un rumor inevitable para la prensa. Activo, carismático, buen mozo, hijo de buena familia y empedernido tomador de whisky en reuniones de alta sociedad, profesional, activista social, funcionario público, amigo de pobres, ateos y comunistas, cuestionador de las jerarquías y las formas, su andar dentro de la institución eclesiástica es lo más parecido a la de un elefante en un bazar.
Aquellos incidentes son la excusa perfecta. Por orden del cardenal Luis Concha, Camilo Torres debe renunciar a todas sus actividades en la Universidad Nacional y trasladarse a la iglesia de Veracruz, una parroquia de la clase alta de Bogotá.
A pesar de ello, sus actividades políticas no cesan y cubren todo el país, conviviendo con campesinos desplazados de la costa atlántica y el departamento de Tolima (donde luego nacerían las Repúblicas Independientes). A sus puertas llegan pedidos de formación tan extraños y disímiles como el de entrenar militares a la órdenes del coronel Álvaro Valencia Tovar (famoso por su participación en la Guerra de Corea y la represión de la guerrilla en los Llanos Orientales) o campesinos de esa misma zona, por pedido de Eduardo Franco (precisamente uno de los ex-líderes de la guerrilla). En todos los ofrecimientos Camilo ve oportunidades de relacionarse con el pueblo colombiano. Mientras, crece su figura como confesor y maestro de ceremonias en bautismos de las élites bogotanas, realiza viajes por el continente en reuniones con su ex-compañeros de Lovaina y va desarrollando diferentes tratados sociológicos. En “La Violencia y los cambios socioculturales en las áreas rurales colombianas” (1963), valora la posibilidad que los grupos guerrilleros creados en esa época habían dado al campesinado de legitimizarse y adquirir conocimientos y autonomía, independizándose de la férrea estructura social colombiana. Entre otras cosas, esboza que ningún cambio real se producirá en Colombia sin recurrir a medios violentos
“Lo que distinguía a Camilo era precisamente ese afán de acercarse a los trabajadores. Como intelectual no era nada erudito; incompletos quedaban sus análisis, sus artículos y pronunciamientos casi siempre torpes, a veces hasta inexactos en algún detalle. Pero eso sí, duros y desafiantes. Sus adversarios se defendían como podían. Los marxólogos se burlaban de él y los tecnócratas del gobierno lo miraban con una sonrisa indulgente; los obispos, en cambio, lo censuraban y los politiqueros bufaban de rabia. Y todos, unánimemente, empezaban a cerrarle la puerta. Al mismo tiempo, otras puertas se le iban abriendo. Eran puertas hechas de lata o de tablas viejas o de láminas de cartón, que daban entrada a chozas de obreros y campesinos donde Camilo era siempre bienvenido”(4), es la descripción que el biógrafo Joe Broderick hace del cura Torres en aquellas épocas.

“Los progresistas somos muy inteligentes. Hablamos muy bien. Tenemos popularidad. Cuando estamos juntos somos realmente simpáticos. Pero la reacción mueve uno de sus poderosos dedos, ¡y nos paraliza! No podemos seguir así, sin organización y sin armas iguales”(5), le escribe Camilo Torres a un amigo en junio de 1964. Con treinta millones de dólares y dieciséis soldados montados sobre helicópteros, con la ayuda de los Estados Unidos y sus más modernas técnicas de combate (el napalm y la guerra bacteriológica), el gobierno colombiano pone fin a las repúblicas independientes del Tolima, un intento de los campesinos desplazados de construir en lo alto de las montañas un mundo diferente, con cultivos autosustentables, gobiernos y ejércitos propios.
Ante el anuncio de la operación por parte del gobierno, Camilo, que conoce y ha convivido con esos campesinos, junto a los curas Gustavo Pérez y Germán Guzmán, el sociólogo Orlando Fals Borda, el abogado Eduardo Umaña Luna, y el político izquierdista, Garavito Muñoz, deciden conformar una misión de paz. El gobierno los desautoriza y la curia les niega el permiso. De todo se enteran por El Tiempo.
Camilo está vez no se quedará afuera de la información veraz. Las noticias no le llegarán a través de los dichos de la curia o los diarios oficiales, sino a través de sus contactos con el Partido Comunista en Tolima.
Tras el bombardeo, los sobrevivientes de la masacre de Marquetalia crean el Bloque Guerrillero del Sur. Así nacen las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Ese mismo mes, Camilo presentará el estudio “La desintegración social en Colombia: se están gestando dos subculturas”. Ahí afirma: “es posible que en Colombia se estén gestando dos subculturas, cada vez más disímiles, independientes y antagónicas. La de una clase alfabeta, con un ingreso superior a los U.S. $3.000,00 anuales per capita, con hábitos de consumo industrial. Ella representa aproximadamente un 15% de nuestra población. La otra, más o menos analfabeta, de costumbres rurales, posee una subcultura arcaica y está constituida por el 85% restante. Cada una tiene sistemas de valores, de conducta y de actitudes diferentes, que comienzan a ser antagónicos y entre los cuales se está cerrando toda comunicación posible”(6). Mostraba que para el primer grupo una determinada palabra tenía un significado, y para el segundo otro distinto. “Revolución”, por ejemplo, significaba “subversión inmoral” para unos y “cambio constructivo” para otros. “Partido Político”, “una organización democrática”, para la minoría, “un grupo de oligarcas”, para la mayoría. “Pacificación”, podía significar “la represión de los delincuentes” o “el asesinato de guerrilleros patrióticos”.

En enero de 1965 el recién nacido Ejército de Liberación Nacional (ELN) hace su aparición pública con la toma del pueblo de Simacota, en el Magdalena Medio, zona donde cuarenta años atrás se producía la “Masacre de las Bananeras”. Es un pequeño grupo de campesinos liderados por un par de jóvenes entrenados en Cuba.  
“La violencia reaccionaria desatada por los diversos gobiernos oligarcas ha sido un arma poderosa para sofocar el movimiento campesino revolucionario. La educación se encuentra en manos de negociantes que se enriquecen con la ignorancia en que mantienen a nuestros pueblos. La tierra es explotada por campesinos que no tienen dónde caerse muertos y que acaban sus energías y las de su familia en beneficio de los oligarcas que viven en las ciudades como reyes. Los obreros trabajan por jornales de hambre, sometidos a la miseria y humillaciones de las grandes empresas extranjeras y nacionales. Los intelectuales y profesionales jóvenes demócratas se ven cercados y están en el dilema de entregarse a la clase dominante o perecer. Los pequeños y medianos productores, tanto del campo como de la ciudad, ven arruinadas sus economías ante la cruel competencia y acaparamiento de los créditos por parte del capital extranjero y de sus secuaces vendepatrias. Las riquezas de todo el pueblo colombiano son saqueadas por los imperialistas norteamericanos. Pero nuestro pueblo, que ha sentido sobre sus espaldas el látigo de la explotación, de la miseria, de la violencia reaccionaria, se levanta y está en pie de lucha. La lucha revolucionaria es el único camino de todo el pueblo para derrocar el actual gobierno de engaño y de violencia”(7), dice su manifiesto.
“Lo que ha nacido, me parece a mí, es la futura liberación de Colombia. Con gente como ésta, se podría trabajar”(8), le escribe Camilo Torres a una amiga.
Mientras busca desesperadamente la forma de contactarse con ellos, en una conferencia con universitarios de Medellín, el cura, devenido sociólogo, devenido activista, devenido político, lanza la “Plataforma del Frente Unidos del pueblo colombiano”,
El documento propone una redistribución de la tierra y una reforma urbana con solo una casa para todo ciudadano; nacionalización de bancos,  hospitales, compañías de seguros, transporte público, radio y televisión, y la explotación de todos los recursos naturales por el Estado”. Afirma entre otras cosas: “la defensa de la soberanía nacional estará a cargo de todo el pueblo” o “la mujer participará, en pie de igualdad con el hombre, en las actividades económicas, políticas y sociales del país”(9). Mientras crecen sus confrontaciones con el Estado y la Iglesia, su imagen popular empieza a quebrar todo los cauces. Después de muchos intentos y deliberaciones, acorralado por la presiones de la curia, Camilo finalmente decide renunciar a la Iglesia y avocarse a la política.

“Descubrí el cristianismo como una vida centrada totalmente en el amor al prójimo; me di cuenta que valía la pena comprometerse en este amor, en esta vida, por lo que escogí
el sacerdocio para convertirme en un servidor de la humanidad. Fue después de esto cuando comprendí que en Colombia no se podía realizar este amor simplemente por la beneficencia sino que urgía un cambio de estructuras políticas, económicas y sociales que exigían una revolución a la cual dicho amor estaba íntimamente ligado”, dice Camilo Torres.
“¿A qué llama usted revolución?”, le pregunta el periodista francés Jean-Pierre
Sergent.
“A un cambio fundamental de las estructuras económicas, sociales y políticas. Considero esencial la toma del poder por la clase popular, ya que a partir de ella vienen las realizaciones revolucionarias que deben ser preferencialmente sobre la propiedad de la tierra, la reforma urbana, la planificación integral de la economía, el establecimiento de relaciones internacionales con todos los países del mundo, la nacionalización de todas las fuentes de producción, de la banca, los transportes, los hospitales, los servicios de salud,
así como otras reformas que sean indicadas por la técnica para favorecer las mayorías y no las minorías, como acontece hoy en día. Mi convicción es la de que el pueblo tiene suficiente justificación para una vía violenta”(10), responde.
“Mientras no seamos capaces de abandonar nuestro sistema de vida burgués, no podremos ser revolucionarios. El inconformismo cuesta, y cuesta caro. Cuesta descenso en el nivel de vida, cuesta destituciones de los empleos, cambiar y descender de ocupación, cambiar de barrio y de vestido. Puede ser que implique el paso a una actividad puramente manual. El arquitecto inconformista, por ejemplo, debe estar dispuesto a trabajar como albañil, si ese es el precio que le exige la estructura vigente para subsistir sin traicionarse. El inconformismo puede implicar el paso de la ciudad al campo, o al monte...”(11), clama ante los estudiantes de la Universidad Nacional.
En cinco meses, su Frente Unido traspasa las fronteras de la popularidad por encima de cualquier estructura partidaria y hasta incluso los toques de queda y la represión del ejército. Su plataforma electoral clama por la abstención y sus famosos mensajes a los cristianos, los comunistas, los militares, los no alineados, los sindicalistas, los estudiantes, los campesinos, las mujeres, la oligarquía y los presos políticos, llaman a la “revolución” más allá de las estructuras de poder. Sin embargo, su carrera política no cuenta con bases suficientes. Más allá de la popularidad Camilo encuentra la misma rigidez y burocracia de la Iglesia y el Estado en los partidos políticos que lo apoyan. El Partido Comunista y la Democracia Cristina a pesar del fervor popular en torno al cura revolucionario no cesan de enfrentarse por nimiedades entre ellos y aún en el interior de sus formaciones. La carrera política de Camilo se sostiene alrededor de un par de buenos amigos, los líderes estudiantiles Jaime Arenas y Manuel Vásquez, y Guitemie Olivier, vieja amiga de los tiempos de trabajos social junto a los refugiados del Frente Nacional de Liberación de Argelia. Mientras tanto comienza a recibir intentos de sobornos, y luego amenazas de parte del gobierno.


Cuando en el 2008, luego del controvertido ataque del ejército colombiano al campamento de las FARC en Ecuador, la prensa anuncio la muerte de Raúl Reyes, pocos supieron que aquel dirigente de la más antigua guerrilla viviente de Latinoamérica había comenzado sus intentos revolucionarios como sindicalista de la alimentación y militante del PC. Raúl Reyes no eligió entre política y guerra. Amenazado de muerte tomó las armas para salvar su vida. El sindicato al cual pertenecía, Sinaltrainal, ha recorrido el mundo denunciado el uso de fuerzas paramilitares por parte de multinacionales como Nestle o Coca Cola para el amedrentamiento de sindicalistas, con más de veinte compañeros muertos en lo que va de su existencia. El mismo año de la muerte de Reyes, el Tribunal Permanente de los Pueblos, convocado por Sinaltrainal, condenó al gobierno colombiano y de los Estados Unidos, en complicidad con un buen número de empresas multinacionales y organismos internacionales, por el asesinato sistemático de líderes sociales en Colombia.
A la Masacre de las Bananeras, el asesinato de Jorge Leicer Gaitán, los desplazamientos y muertes de La Violencia o la Operación Marquetalia, debe sumarse, entre otros, el asesinato del candidato a presidente Luis Carlos Galán en 1989 o el exterminio durante esa década de la Unión Patriótica el partido surgido del acuerdo de paz con la guerrilla, a quien las fuerzas paramilitares asesinaron más de 4.000 dirigentes, incluyendo su principal líder, Carlos Pizarro, y dos candidatos a presidentes, 8 congresistas, 13 diputados, 70 concejales y 11 alcaldes.

El gobierno de Álvaro Uribe Velez ha dejado un tendal de 30 millones de pobres, 9 millones de indigentes, 4,9 millones de desplazados, 250.000 desaparecidos, 3.000 falsos positivos y 600 sindicalistas asesinados desde el 2002. “Falsos positivos” es la forma en que la prensa llama actualmente a sindicalización falsa como guerrilleros por parte del gobierno de campesinos, indígenas, jóvenes de los barrios marginales, intelectuales y dirigentes sociales. Entre los más renombrados está el caso de Miguel Ángel Beltrán, sociólogo y profesor de la Universidad Nacional, deportado de México por supuestas vinculaciones con las FARC. A casi dos años de su secuestro, aún sin pruebas en su contra, el catedrático, cuyo único acto de “terrorismo” han sido, hasta el momento, sus trabajos académicos criticando el plan de Seguridad Democrática de Uribe, sigue preso.
A pesar de ello, y de las fosas comunes que día a día se suman al recuento de las masacres sobre los pueblos originarios perpetuadas por los grupos paramilitares en vinculación con el gobierno Colombiano y de los Estados Unidos, son muchos los movimientos que hoy siguen abogando por una vía pacífica en Colombia.
¿Habría podido sobrevivir Camilo Torres a esta realidad?¿Hubiera sido válida su opción política? ¿Cuál era el papel que debía desempeñar este joven de cuna de oro con vocación social? “¿La vida de Camilo si no se hubiera metido a la guerrilla? Muy hipotética la pregunta, por supuesto. Camilo habría organizado un movimiento político de largo aliento, tal vez; un movimiento frustrado finalmente, como tantos que han aparecido en Colombia a lo largo de las últimas décadas. Incluso podría haber sido eliminado por la vía de la masacre generalizada, el genocidio, como fue el caso de la Unión Patriótica. Aquí la élite, la oligarquía colombiana, no permite que ninguna oposición real prospere. Camilo podría haber servido en el congreso de la república, como senador o representante. En cualquier caso, su vida habría terminado en una frustración, creo yo”, opina Broderick.

Calle 80. Tres jóvenes esperan impacientes debajo de un árbol. Frente a ellos un auto con matrícula de Santander mantiene el motor prendido. Un hombre se acerca caminando rápidamente entre la lluvia, se aproxima al coche, abre la puerta y tira un maletín sobre el asiento trasero. Es la señal, Camilo abraza a Jaime y Guitemie, y les pide que por favor cuiden de su madre. Apura el paso y sube al coche. No lleva mucho, su pipa, un poco de tabaco y una pequeña edición de la Biblia. El viaje es largo y trata de dormir. No lo logra. Finalmente ha recibido la orden de unirse a la guerrilla. Desde hace meses ha estado en contacto con ellos.
“El pueblo no cree en las elecciones. El pueblo sabe que las vías legales están agotadas. El pueblo sabe que no queda sino la vía armada [...]Yo quiero decirle al pueblo que este es el momento. Que no los he traicionado. Que he recorrido las plazas de los pueblos y ciudades clamando por la unidad y la organización de la clase popular para la toma del poder. Que he pedido que nos entreguemos por estos objetivos hasta la muerte…”(12)
La proclama sale en El Tiempo y todos los principales diarios del país con una foto de Camilo junto a los líderes del ELN, Fabio Vásquez Castaño y Víctor Medina Morón.
Sin su presencia el Frente Unido se desbanda. El gobierno envía al coronel Valencia Tobar a la zona de conflicto para atraparlo. Quizás junto a él, alguno de los soldados a los que Camilo brindaba capacitación en la selva. Su imagen ligada a la del grupo guerrillero es muy peligrosa. Su lugar en el frente de batalla también. Sin embargo Castaño no puede convencer al cura. No hay forma de explicarle que no es prudente que los acompañe en aquella operación. Camilo ya ha recibido el entrenamiento, ha compartido almuerzo y chistes con los compañeros, le han dicho que la única forma de conseguir su fúsil es robárselo al enemigo, se niega a recibir ningún trato diferenciado. Son las reglas del grupo, esgrime. Son las reglas de la sociedad igualitaria por la que están dispuestos a dar la vida, dice. Y Castaño acepta su posición.
Aquella mañana, en el fragor de la batalla, cuando extiende su mano para tomar su fúsil, Camilo Torres recibe una metralla de balas. Un par de compañeros intentan rescatarlo. Es inútil, también pierden la vida. El comando se retira. La operación ha fracasado.
En el suelo yace el cuerpo sin vida de Camilo Torres, el cura guerrillero.


1 “Camilo Torres Restrepo, El Cura Guerrillero”, Walter J. Broderick.
2 “Conversaciones con un sacerdote colombiano”, Rafael Maldonado Piedrahita, en “Camilo Torres, Cristianismo y revolución”.
3 “Camilo Torres Restrepo, El Cura Guerrillero”, Walter J. Broderick.
4 “Camilo Torres Restrepo, El Cura Guerrillero”, Walter J. Broderick.
5 “Camilo Torres Restrepo, El Cura Guerrillero”, Walter J. Broderick.
6 “La desintegración social en Colombia, se están gestando dos Subculturas”, Camilo Torres, en “Camilo Torres, Cristianismo y revolución”.
7 “Manifiesto de Simacota”, ELN, en “Camilo Torres, Cristianismo y revolución”.
8 “Camilo Torres Restrepo, El Cura Guerrillero”, Walter J. Broderick.
9 “Plataforma del Frente Unidos del pueblo colombiano”, Camilo Torres, en “Camilo Torres, Cristianismo y revolución”.
10 “Solo mediante la revolución puede realizarse el amor al prójimo”, reportaje de Jean Pierre Sergent a Camilo Torres, en “Camilo Torres, Cristianismo y revolución”.
11 “Discurso en la Universidad Nacional”, Mayo 22 de 1965, Camilo Torres, en “Camilo Torres, Cristianismo y revolución”.
12 “Proclama a los Colombianos”, Camilo Torres, en “Camilo Torres, Cristianismo y revolución”.

RECUADRO: Entrevista Joe Broderick.

Apenas llegado a Colombia, el ex cura autraliano-irlandés Joe Broderick recibió el encargo de escribir una biografía sobre Camilo Torres. Su libro “El Cura Guerrillero”. sigue siendo uno de los materiales esenciales a la hora de entender la vida de este líder social que inspiró la Teología de la Liberación. Con más de medio siglo en América Latina y cuarenta años en Colombia, el autor también ha indagado en “El Guerrillero Invisible” la vida del Peréz, también miembro del ELN. Actualmente, además de sus libros, forma parte de la organización Indepaz, con un amplio trabajo en zonas en conflicto.

En el prólogo y durante tu libro hablas del impacto que tuvo en Colombia y el mundo, la historia de ese cura idealista que finalmente decidió que la única forma de ayudar a su pueblo era unirse a la guerrilla. ¿Cómo se mira hoy ese personaje?

Mi impresión es que la gran mayoría de la población joven no tiene ninguna idea de quién es o era Camilo Torres Restrepo. Ni tampoco ningún interés. Si yo pregunto (como he preguntado a veces) a un hombre o mujer profesional, o a alguien medianamente ilustrado que ejerce un oficio más o menos de buena categoría, y que esté entre los 30 y 40 años de edad, qué es lo que saben de Camilo Torres, casi siempre piensan que me estoy refiriendo al prócer Camilo Torres Tenorio, un personaje de la historia de la Independencia de Colombia a comienzos del siglo XIX, un criollo que fue fusilado por los españoles, convirtiéndose así en un héroe de la República.
Sin embargo, y al contrario a lo que acabo de decir, debo reconocer que hay grupos de personas (siempre una minoría) que conservan un recuerdo de Camilo y su época y del movimiento Frente Unido, y muchas veces sus hijos (ahora sus nietos, tal vez) heredan un conocimiento y un interés por Camilo. Y en la Universidad Nacional en Bogotá (y en otras universidades públicas en diversas ciudades) también se conserva la memoria de Camilo y su ven pancartas y dibujos murales con consignas de Camilo. Hay también aficionados al ELN (tal vez militantes) que irrumpen de vez en cuando en audiencias públicas, disfrazados con máscaras o pasamontañas, para echar una arenga beligerante. Es parte del folklore del mundo estudiantil.
Durante años, cuando se acercaba la fecha 15 de febrero, día de la muerte en combate de Camilo, miembros de diferentes organizaciones políticas de izquierda me buscaban para invitarme a dictar una charla sobre Camilo. Nunca faltaba, por supuesto, una conferencia en la Universidad Nacional. Pero hace como 15 años, Camilo murió de verdad; es decir, ya no me llegaban invitaciones para hablar en ninguna parte. La memoria del héroe se había disminuido tanto que la fecha de su sacrificio no motivaba ni siquiera una tira de piedras por parte de los alumnos de la sociología. Sin embargo, para mi sorpresa, el año pasado Camilo resucitó. Unos muchachos primíparos de sociología me llamaron a pedirme una conferencia y reunieron una buena cantidad de jóvenes entusiastas en un salón dentro de la universidad para oírme hablar la noche del 15 de febrero, a mí y a una mujer socióloga que había sido alumna de Camilo, además del actual cura capellán de estudiantes. En un momento, un joven me dirigió la pregunta inevitable: si Camilo estuviera vivo y joven ahora, en este momento, en esta coyuntura del país, ¿qué camino, qué decisión, habría tomado? No vacilé en responder. Palabras más, palabras menos, dije lo siguiente: “Dado que la situación del país, en cuanto a la pobreza y la indigencia de tantos colombianos, que es mucho peor de lo que Camilo conoció en su época, y frente a los abusos, masacres y desapariciones forzadas perpetradas por agentes del estado, y que se cuentan por miles, etc. etc., y conociendo la impetuosidad de Camilo Torres, su enorme impaciencia, su incapacidad de tolerar tanta injusticia, me imagino que habría hecho lo mismo que hizo hace ya más de cuatro décadas: habría tomado un fusil y se habría metido al monte para pelear contra los verdugos de su pueblo”. En el fondo, siempre sentí que lo que le importaba a Camilo era la entrega, la fidelidad a sus convicciones hasta las últimas consecuencias, incluso hasta la muerte. Es una actitud muy cristiana. El Cura Pérez es un extraordinario ejemplo de esa habilidad de seguir ciegamente el camino de sus más hondas convicciones, contra viento y marea, aun a sabiendas de que no están produciendo el efecto que se quería.

Si bien el Cura Perez tuvo como inspiración la figura de Camilo Torres, al revés que Torres,  Perez tuvo una vida política más desapercibida y una trayectoria mas larga en la guerrilla llegando a puestos de dirigencia y muriendo de forma natural. ¿Hay un paralelo entre ambas historias? ¿Que influencia tuvieron ambos personajes en las futuras generaciones de curas o cristianos y su relación con la guerrilla y especialmente el ELN? ¿Como es hoy la situación del ELN a ese respecto?

Obviamente hay mucho paralelismo entre la vida de Camilo y la de Manuel Pérez. El cura aragonés reconstruyó al ELN en gran parte con el entusiasmo de jóvenes de inspiración cristiana que tuvieron por modelo a Camilo como mártir por la causa de la revolución. Hasta que punto esa influencia haya perdurado hasta el día de hoy, no es fácil calcular. Sospecho que existe (tal vez existirá siempre) una iglesia clandestina, más cercana a las enseñanzas evangélicas, que estará también cerca de las ideas de la izquierda. Pero esa iglesia (que algunos han llamado “la iglesia de los pobres”) es por definición subterránea. Casi diría que es una iglesia de las catacumbas. Por lo tanto, no es posible retratarla bien en un momento determinado. Lo cierto es que la actual situación de Colombia – la toma del poder por parte de los narco-paramilitares, es decir, por la mafia – es un hecho contundente que ha producido un ambiente de desesperación y una sensación de impotencia. Los grupos armados revolucionarios (o mejor dicho, el grupo numéricamente y históricamente significativo, las FARC) parecen operar muy al margen de la realidad cotidiana de la política. No influyen en las decisiones que definen la suerte real del país. Frente a la inevitable continuación del régimen Uribe con otro nombre (Santos), el momento que vive Colombia es especialmente deprimente. La izquierda legal, encabezado por el brillante candidato Gustavo Petro, hizo una buena campaña para las elecciones presidenciales, pero estaba (está) lejos de amenazar el poder establecido. Y aun como oposición, su posición tiene poca fuerza en el Congreso – y en la calle.

Teniendo en cuenta que la represión de los grupos sociales y movimientos políticos han continuado en Colombia ¿Se ha vuelto hoy más valida que nunca la opción de Camilo Torres por la lucha armada?

En términos generales, parece que la opción por la lucha armada está descartada (hasta desprestigiada) como posible solución viable a los problemas del país. El gobierno de Uribe ha orquestado un rechazo total a las FARC por parte de la gran mayoría de la población. Cada vez más los medios de comunicación están al servicio de una caricatura de los miembros de las FARC, aprovechando hábilmente los errores de esa organización político-militar para desprestigiarla aún más. En cuanto al ELN, después de largos y lánguidos debates con el gobierno en busca de un arreglo político – conversaciones que no han dado ningún fruto hasta el momento, y que parecen estar suspendidas indefinidamente –se ha vuelto irrelevante en la escena política colombiana. Sus acciones militares son infrecuentes, esporádicas y de poca monta. El relativo auge político que tuvo ese grupo en los últimos años de la década de los ochenta no fue aprovechado en su momento, se disipó, y ahora el movimiento ha quedado en el andén de la historia. Esa, al menos, es mi percepción. Y la de muchos. El ELN parece sobrevivir ahora gracias a cierto apoyo del gobierno de Chávez y, en lo militar, solamente en la medida en que está dispuesto a dejar a un lado sus viejos antagonismos con las FARC y participar en acciones conjuntas. Las FARC, a pesar de los muchos y duros golpes que han sufrido, no han dejado de ser una fuerza importante en el país. El legado del viejo Marulanda no se borra fácilmente. En cambio el legado de Camilo me parece mucho más tenue, más difícil de traducir en términos políticos prácticos.

A este respecto es muy difundida en el mundo la visión de Colombia como país de narcotraficantes y guerrilleros, y sobre todo de la guerrilla asociada al narcotráfico. Esta visión impide muchas veces ver más allá a la hora de analizar circunstancias económicas y geoestratégicas, como la grave situación humanitaria de Colombia tras el gobierno de Uribe y el aprovechamiento de la violencia para el usufructo de los recursos naturales por parte de empresas multinacionales. ¿Casos tan claros como el de Camilo Torres ayudan a despejar esta situación?

Para contestar la pregunta: sería magnífico que casos como el de Camilo Torres (si es que se pueda hablar de “casos”, y no de un fenómeno bastante insólito y nunca repetido, ni repetible) fueran a ayudar a despejar (mejor, iluminar) la desastrosa situación de entrega del país que estamos viendo ahora. Lo malo es que la magnitud y la total inmoralidad de las actuaciones del gobierno de Uribe – régimen que se promete prolongarse en el tiempo indefinidamente, gracias a la elección de su “ungido” Juan Manuel Santos, y probablemente con el retorno más tarde del propio Uribe, u otro de sus preferidos – la magnitud, digo, de la porquería es evidente a todas luces, es visible ante los ojos de todos los colombianos y sigue a la vista del mundo entero. No se necesita la presencia de un hombre honesto y carismático para destapar esta olla podrida. Se ha levantado la tapa y se siente el hedor. Pero el pueblo ignorante, embrutecido por los medios que este régimen ha sabido manipular como ninguno, ese pueblo aplaude y seguramente seguirá aplaudiendo y eligiendo a sus verdugos.


RECUADRO: Entrevista Francois Houtart.

Llamado por algunos “el papa alternativo”, el cura belga Francois Houtart es fundador del Centro Intercontinental y el Foro Social Mundial. También ha participado del Tribunal Permanente de los Pueblos en su sesión Colombia y es miembro de la Comisión de la Verdad establecida por la Resistencia en Honduras Además, Houtart fue profesor de Camilo Torres en la Universidad Católica de Lovaina.
¿Como fue que conoció a Camilo Torres? ¿Cual era su perfil en ese entonces?¿Como fue cambiando su visiòn a través del contacto contigo y otros intelectuales cristianos en Lovaina, ademàs de sus experiencias en otros lados de Europa?
Lo conocí cuando era todavía seminarista en Bogota en 1953. Él me pidió acompañarlo en un grupo de seminaristas que se interesaban en problemas sociales. Cuado vi su interés por esta materia, le propuso venir a Lovaina para hacer la sociología. Su posición original fue la Doctrina social de la Iglesia que condena los abusos del capitalismo pero no su lógica y que analiza la sociedad en términos de estratos y no de clases sociales. De esta manera, el bien común  es el resultado de la colaboración entre todos, sin ver las contradicciones que se deben resolverse antes de llegar a este resultado. Regresando a Colombia, se dio cuenta de esta contradicción y por eso adoptó el análisis marxista.

¿Como ve la evolución de Camilo hacia una posición cada vez más radical y su decisión de unirse a la guerrilla?

Su elección de la guerrilla no es una cosa de principios, sino en, su visión, la única vía posible frente a la situación de Colombia. Los últimos días antes de partir a la guerrilla, el no podía dormir dos noches en el mismo lugar por amenazas de muerte. De verdad su muerte ha dado una dimensión universal a su compromiso, pero todavía pienso que un Camilo vivo habría sido mejor.
c) ¿Como se puede reanalizar hoy esa posiciòn luego de masacres colectivas como las de la Unión Patriótica y la crisis humanitaria de desplazamiento, amenazas y falsos positivos del gobierno de Uribe?
El rechazo a todo cambio de parte de las clases dominantes y la complicidad de todos los regimenes políticos con eso, sin hablar del recurso permanente a la violencia más abyecta, hace evidentemente pensar en las soluciones reales. Se entiende que hubo momentos en los cuaes la lucha armada parecía una opción viable. Hoy día no es el caso, porque no hay ninguna posibilidad de éxito. Con el apoyo de fuerzas internacionales y de movimientos sociales internos se debe buscar la vía política, garantizando la no-repetición del pasado.
¿Se idealiza mucho los sesentas, setentas y personajes como Camilo Torres o el Che Guevara capaces de llevar sus ideales hasta las ultimas consecuencias? ¿Existe hoy esos personajes? ¿Son utiles? ¿Como han cambiado hoy los procesos y los personajes revolucionarios?
Es evidente que cada época tiene sus personajes, según las circunstancias del tiempo;  personas como Hugo Chávez y Evo Morales son ahora los personajes emblemáticos de los procesos de cambio. La diferencia es que antes se hablaba de una revolución completa y hoy de procesos revolucionarios. Las concepciones evolucionan en función de las posibilidades del tiempo. Lo importante es que los objetivos continúan en una vía radical y no en una simple regulación social-demócrata del sistema actual (el capitalismo). Los proyectos actuales se realizan con procesos electorales, lo que es más complicado, pero también tiene ventajas.
Hoy en día es difícil encuadrar a un personaje como Camilo Torres dentro del cristianismo. ¿Que es lo que ha pasado históricamente con ese movimiento social de la Teología de la Liberación? ¿Hay opciones de reflexión sobre la actual crisis humanitaria, ecológica y de consumo del neoliberalismo dentro de la Iglesia o han tenido que acomodarse en otros lugares?
La Teología de la Liberación hoy ha tenido que adaptarse a nuevas circunstancias. Los campos de trabajo son más numerosos: teología feminista de la liberacion, teología de los pueblos indígenas, teología de la pluralidad religiosa, teología de la ecología, etc. A veces se ha perdido el enfoque original de un análisis de la situación de los oprimidos. Sin embargo, con la crisis actual, que no es solamente coyuntural, sino una crisis del sistema capitalista, es más necesario que nunca regresar al enfoque original, analizando la crisis en función de la lógica del capitalismo, al origen de esta real crisis de la civilización. Por eso el análisis de Camilo es actual, aun cuando las circunstancias concretas han cambiado.
¿Como ve los procesos revolucionarios en America Latina y el mundo?
La nueva situación latinoamericana ha permitido empezar cambios profundos con la via democrática. Si fracasan, el peligro es el retorno a la violencia, lo que como se sabe, tiene poca posibilidad de un resultado positivo y que por esta razón no tiene real legitimidad.
¿Recuerda alguna anécdota sobre Camilo Torres que refleje su carácter?
Durante el Congreso Latinoamericano de Sociología en Bogota en 1963, Camilo fue uno de los organizadores. El tenía una ponencia general. Centenares de personas lo esperaban. Nunca vino. Es probable que hubo un evento que para el tenía más importancia: salvar a una persona, contactos con movimientos de base. Camilo era muy atento a esta dimensión de la realidad, más que a las formalidades oficiales.     




RECUADRO: Opinión: Camilo Torres. Amor en revolución

Entre los aportes más significativos de Camilo Torres a la experiencia emancipatoria latinoamericana, se encuentra su manera de interpretar al cristianismo como una opción por los pobres, que sólo puede realizarse “en revolución”.
No se trata sólo del hecho subjetivo producido con la incorporación de un sacerdote a una fuerza guerrillera –gesto que en sí mismo conmovió a muchas conciencias cristianas e incluso no cristianas, adquiriendo dimensiones míticas en el alma de los pueblos-, sino de la decisión de hacerlo uniendo al mismo tiempo ideas, fe, y actos.
El sociólogo Camilo, el padre Camilo, el guerrillero Camilo… Camilo Torres el compañero.
El Camilo que encontró en su visión del socialismo, el proyecto de una nueva sociedad en la que pudiera recrearse libremente una moral no domesticada, transformadora y rebelde.
Hoy no podemos pensar en Camilo, sin mirar la agobiante situación que se vive día a día en su Colombia, donde se ha establecido un verdadero terrorismo de Estado con fachada electoral, obligando a miles de militantes populares a refugiarse en la clandestinidad o en la lucha armada, como mecanismos de autodefensa.
La estigmatización de las guerrillas que se realiza desde las usinas ideológicas del poder, no toma en cuenta que éstas han sido la última opción para miles de colombianos y colombianas, cuando todos los caminos políticos se cerraban. Que también han sido la primera opción para colectivos revolucionarios que analizaban el cierre de caminos en la experiencia popular colombiana, debido a la hostilidad y el salvajismo de las fuerzas oligárquicas.
Construir un camino para la paz, significa el reconocimiento de las razones históricas de éstas insurgencias, en las injusticias que vulneran a la población hace ya muchas décadas. Y requiere avanzar desde ese reconocimiento, hacia un proyecto que desaloje del poder a las oligarquías sostenidas por el imperialismo, por sus bases militares, sus marines, su Plan Colombia. Un proyecto a construir, en el que puedan incluirse quienes han venido resistiendo en las más variadas formas de lucha, incluida la lucha armada, las políticas que convirtieron a ese país en una colonia gringa, al servicio de las transnacionales de la economía y del crimen.
Crear condiciones para una paz con justicia, para una paz con dignidad, implica recuperar el legado de Camilo Torres y de todos los hombres y mujeres que han dado su vida por una América Latina libre.
Estamos necesitadas y necesitados de responder al llamado de Camilo Torres a la unidad de las fuerzas revolucionarias, al encuentro entre cristianos y marxistas, a la creación de un frente unido, en estos tiempos en que el continente está desafiado de llevar a la práctica un proyecto bolivariano, popular, antiimperialista, antipatriarcal, anticolonial, que supere la estrechez de las fronteras impuestas en el ordenamiento del capitalismo, y también a poner en actos la decisión de superar las fronteras creadas entre una y otra fuerza que se autoproclaman como revolucionarias.
El legado de Camilo es una invitación a consagrar en nuestros actos cotidianos, lo que él llamó un “amor eficaz”. No se trata de repetir consignas, ni siquiera de creer que las respuestas que él encontró tienen la misma validez en este tiempo. Pero sí la convicción de que no hay amor eficaz sin esa unión de palabras y actos, de extrema coherencia y entrega, de humildad y coraje, que no desprecia ninguna posibilidad de actuar, si se trata de crear un mundo más humano. Un amor en revolución.

Claudia Korol, Secretaria de Redacción de América Libre y Coordinadora del equipo de educación popular Pañuelos en Rebeldía.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
¡ Dejémonos de vainas ! y Vamos a la
CONVOCATORIA A LA INTELECTUALIDAD COLOMBIANA, en:

http://www.monografias.com/trabajos101/convocatoria-intelectualidad-colombiana/convocatoria-intelectualidad-colombiana.shtml

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